miércoles, 28 de enero de 2015

Maltrato psicológico cotidiano

A lo largo de nuestra existencia mantenemos relaciones con personas que sacan lo mejor de nosotros pero también con otras que nos desgastan y hasta nos destrozan. El maltrato psicológico al ensañarse con otro puede llevar al asesinato psíquico. Esto puede ocurrir en la pareja, la familia, la empresa, en la vida política y social. ¿La sociedad percibe esto o se ha vuelto demasiado tolerante, indulgente frente a determinados atropellos vividos a diario?
Voy a llamar perverso al que utiliza una serie de técnicas de desestabilización sobre una persona, a saber: “Insinuaciones, alusiones malintensionadas, mentiras y humillaciones”. Estas agresiones (pensemos en el fenómeno BULLYING) se derivan de un proceso inconsciente de destrucción psicológica formado por acciones hostiles evidentes u ocultas, de uno o varios individuos, hacia un individuo determinado, cabeza de turco o chivo emisario. El perverso no siente culpa, por lo tanto no sufre y a esto lo voy a llamar acoso moral o perversión moral.
Un neurótico puede pasar por momentos perversos, pero en el verdadero perverso su conducta es constante. El perverso está fijado a un modo de relación con el otro semejante sin darse cuenta de su responsabilidad en el mal trato, jamás se cuestiona a sí mismo. El perverso o acosador, necesita rebajar al otro para tener una buena autoestima de sí mismo, así adquiere poder porque está ávido de aprobación y admiración. No tienen ni compasión ni respeto por los demás, porque su relación con el otro no los afecta.
La perversión fascina, seduce y da miedo, pero muchas veces envidiamos a los individuos perversos, porque los vivimos como “permanentes ganadores”. Manipulan a los otros de un modo natural y son exitosos en los negocios y la política. Tienen un lema  “el fin justifica los medios”. Se manejan con la ley del más fuerte, son admirados porque disfrutan más y sufren menos. Tienen un séquito de seguidores pasivos y víctimas poco reconocidas como tales que son débiles y poco listas y con el pretexto de él “no te metas”, aceptamos día a día, poco a poco, hacernos los tontos, mirar para otro lado, ampliar la libertad del victimario, siendo conducidos a no percibir lo grave de estas situaciones.
En la actualidad el contexto socio cultural permite que la perversión se desarrolle porque la tolera. Nuestra época rechaza el cumplimiento de normas. El perverso necesita un límite que no lo tiene porque lo vive como censura. Hemos perdido los límites morales y el código de civilizada convivencia. Reemplazamos “eso no se hace”, por “todo vale”.
La perversidad no proviene de un trastorno psiquiátrico, sino de una fría racionalidad que se combina con la incapacidad de considerar a los demás como seres humanos.
La palabra perverso, choca, molesta. Pero ¿tolerar que la víctima permanezca indefensa, sea agredida y que se la manipule a voluntad no es mucho más grave?
El perverso como el abusador se apropian de la vida de otro y  estos depredadores, dejan indefensas a sus víctimas. Tenemos la obligación los profesionales de la salud emocional y a través de los medios masivos de comunicación enseñar a la sociedad a detectarlos y a desmontar el vínculo perverso que se construye entre agresor y agredido. Ayudar a que la víctima salga de las redes de su agresor es todo un desafío y pensemos en el femicidio y violaciones hacia niños/as, mujeres, ancianos (la banda de la cheta).
En la actualidad existe en Estados Unidos y Europa una ciencia llamada VICTIMOLOGÍA, que ayuda a la víctima a tomar conciencia que conviven con el enemigo en su casa y en su cabeza.
Una persona que ha padecido una agresión psíquica como el acoso moral, es realmente una víctima, porque su psiquismo se ha visto bombardeado por muchos años y de manera constante por otro que la maltrató, denigró y golpeó.
Para nada la relación víctima-victimario es una relación simétrica aunque lo parezca. La víctima no es responsable por lo que le sucede ya que son situaciones inconscientes las que la han llevado a ese entrampamiento del cual no puede ni sabe salir porque además el agresor todo el tiempo la hace sentir que “todo es culpa de ella” y la víctima se lo cree.
Las pacientes cuando consultan no van a terapia por este tema, ya que no registran los malos tratos y las humillaciones ya que forman parte de lo natural y cotidiano y de una cultura donde la mujer siempre se ha sometido al hombre, económica y sexualmente. Suelen consultar por depresión, los antidepresivos no le hacen efecto. Baja autoestima, inhibiciones, o intentos de suicidio.
Los términos agresor/agredido, sirven para describir una forma de vincularidad extremadamente patológica aunque se la quiera negar, donde el agresor intenta atacar la identidad del otro y privarlo de su individualidad. Esto muestra un proceso real y concreto de destrucción moral que puede conducir a la enfermedad mental o al suicidio e insisto con esto.
¿Por qué estoy utilizando la denominación de perverso? Porque remite a la noción de abuso de poder y sexual. También ataca la autoestima del agredido en el sentido de perder todo lo que implica la libertad física y psíquica de ese ser humano que queda devastado.
Por último, los pequeños actos perversos casi parecen normales y comienzan con una sencilla falta de respeto, una mentira o manipulación. Si el grupo social no reacciona estas conductas que nos afectan a todos van incrementándose poco a poco y terminan con graves consecuencias para la salud física y mental de la víctima. Es terrible que las víctimas por temor a no ser comprendidas o por vergüenza se callan y sufren en silencio.
Para que esta historia o circuito enfermizo no se repita es necesario hablar de esto con amigos, algún familiar confiable y también de ser posible con un terapeuta idóneo.

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